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Archivo para el día “noviembre 5, 2011”

¿Si tomo mentos y coca cola me explota el estómago?

Existe un hoax o leyenda urbana, que circula por internet a través de vídeos virales, que viene a decir que si ingerimos ciertos caramelos de menta (concretamente mentos) con refresco de cola (concretamente coca cola light), se produce una reacción que ha matado ya a innumerables personas, entre ellos varios niños en Brasil. Se pueden ver ejemplos de estos vídeos virales aquí yaquí, por ejemplo (nótese que éste último tiene la friolera de casi ocho millones de visitas).

Lo grave del asunto comienza cuando a este tipo de cosas, que se suelen hacer para gastar bromas y por lo tanto se toman con sentido del humor, se les da credibilidad con la intención de provocar alarma social. Esto es lo que sucede por ejemplo en la segunda parte del programa que os mostraba en el post anterior, que recordemos fue emitido por la televisión estatal venezolana, y en el que participan dos supuestos científicos que, no sólo dan credibilidad a este falso mito, sino que además pretenden hacer una demostración (se puede ver a partir del minuto 0:35):

Como se puede apreciar en el vídeo, el «Investigador Naturista» introduce varios caramelos en la botella de refresco, lo que provoca que éste salga despedido inmediatamente. Esta violenta reacción es la que, según él, ha matado a varios niños en Brasil. La «explicación» a este fenómeno nos la da el supuesto Ingeniero de Alimentos en el minuto 1:21. Según él, este efecto se debe a la reacción entre el sodio que contiene el caramelo y el dióxido de carbono de la coca cola.

A este respecto:

1. No existe ni un sólo caso documentado de muerte de persona alguna por haber sufrido una explosión de su estómago causada por la ingestión de esta mezcla de caramelos y refresco de cola. Esto es una leyenda urbana que ya desmontaron los cazadores de mitos (se puede ver una explicación aquí y un vídeo aquí y al final de este párrafo). ¿La explicación? En primer lugar, cuando ingerimos un refresco de cola, éste pierde gran cantidad de su dióxido de carbono a medida que desciende por nuestro esófago. En segundo lugar, el estómago es un órgano elástico y por lo tanto puede aumentar hasta un cierto volumen sin ningún problema. En tercer lugar, el estómago es un órgano que tiene una entrada y una salida, por lo que antes de que pueda reventar por un aumento desmesurado de su volumen, el organismo reacciona provocando el vómito para expulsar su contenido.

2. La reacción que se produce entre el caramelo y el refresco se trata principalmente de una reacción física. Se debe a que la superficie rugosa del caramelo favorece la rápida liberación del dióxido de carbono del refresco, como también explicaron ya los cazadores de mitos (se puede ver al final de este párrafo). Esta reacción se ve favorecida por la presencia de cafeína, y sobre todo de aspartamo y benzoato potásico (como se explica aquí), razón por la cual el experimento es más espectacular cuando se hace con coca cola light en lugar de coca cola normal. [Puedes obterner más información en el primer comentario].

Esta reacción entre los mentos y la coca cola, es bien conocida en internet, donde se ha convertido en un auténtico fenómeno en los dos últimos años. Dehecho hay gente que se lo toma muy en serio, como los de Eepybird. Os dejo con uno de sus vídeos:

Fuente: http://gominolasdepetroleo.blogspot.com/2011/07/si-tomo-mentos-y-coca-cola-me-explota.html

La culpa del paro

Ojalá fuese Zapatero, sólo Zapatero y nada más que Zapatero el “responsable del paro”, como el propio presidente ha asumido. De ser tan fácil, el problema se acabaría en unas pocas semanas, con el advenimiento de Rajoy a La Moncloa. En una economía de mercado, en un Estado descentralizado, en un país integrado en el euro y en la UE, ¿de verdad es el presidente del Gobierno central el único culpable del desempleo? ¿Cómo explicar entonces que el paro oscile entre el 30% de Andalucía y el 12% de Euskadi con el mismo Zapatero?

Tan demagógico es decir que es el presidente quien crea empleo como pensar que sólo él lo destruye. Tan ridícula era aquella frase que dijo Aznar hace unos años –“el milagro español soy yo”– como pensar que ha sido Zapatero, ya de paso, quien ha hundido también a Italia y a Grecia en su infinita torpeza. No hay más que ver este gráfico sobre el PIB en Europa para descubrir hasta qué punto el éxito y fracaso de las economías de los países en un planeta globalizado dependen más de la coyuntura económica mundial que del desempeño de sus gobiernos nacionales.

Sin embargo, la gestión de Zapatero sí tiene una parte de responsabilidad en la catástrofe actual por dos razones. La primera: no querer o no atreverse a pinchar la burbuja inmobiliaria cuando estábamos a tiempo; no apostar por otro modelo productivo cuando había margen de maniobra. El ladrillazo nos habría golpeado igual, pero con consecuencias menos graves. La segunda: equivocarse en sus reformas de la regulación del mercado laboral español. Ambos factores –el modelo productivo español y nuestra regulación laboral– son culpables de que tengamos, desde hace décadas, una economía bulímica: un monstruo que devora trabajadores con baja formación cuando las cosas van bien para después vomitarlos a la misma velocidad cuando llegan las primeras curvas. En los años buenos, ningún otro país europeo creó tantos puestos de trabajo como lo hizo España. Lo mismo, a la inversa, ha sucedido con la crisis: ahora somos récord de paro entre los países desarrollados.

Es obvio que la reforma laboral que se hizo hace un año llegó tarde y fue un fracaso. Es probable también que, incluso acertando con el modelo, hubiese servido de poco porque, por muchas leyes laborales que se cambien, sólo una economía que crezca a buen ritmo será capaz de crear empleo (y eso depende más de Merkel y el BCE que del Gobierno de España o de las leyes que hagamos). Es un error pensar que con cambiar las leyes se arregla todo el problema. También es cierto que no fue la regulación laboral lo que provocó la crisis: pero sí que agravó sus consecuencias. Por eso es imprescindible asumir de una vez, tanto en la derecha como en la izquierda, que hay problemas en el mercado laboral español que no sólo tienen que ver con el modelo productivo o con los ciclos económicos. No sirve de mucho dar por bueno que España es así y el paro sube, como si fuese algo tan inevitable como la lluvia o los terremotos. Hay que afrontar el problema.

La enfermedad del mercado laboral tiene un nombre: exceso de temporalidad. No sólo es porque la economía española –tan dependiente del turismo o, hasta hace poco, de la construcción– tenga sus cimientos en sectores con mayor porcentaje de temporalidad. Sector por sector, la temporalidad española es siempre de las más altas de Europa. Incluso en la industria tecnológica (por poner un ejemplo de empleo de calidad), España presenta un porcentaje de trabajadores en precario mucho más alto que el resto. Según los datos de la Encuesta de Población Activa de 2010, la temporalidad entre los trabajadores de “programación, consultoría e informática” era del 16,8%. Incluso en este sector, teóricamente puntero, la temporalidad es mayor que la media de la UE para toda la economía (10,5%).

Esta sobredosis de temporalidad es un problema grave por varias razones. Para empezar, provoca que los empresarios inviertan poco en la formación de los empleados. No sale rentable si el trabajo es temporal, y los trabajadores van rotando a medida que llega el plazo de dos años en el que la ley obliga (u obligaba, se suspendió ese límite “temporalmente” hace un mes) a darles un contrato fijo. Al promover el empleo precario, se incentiva también una economía precaria, de poco valor añadido, baja competitividad y malos sueldos.

El exceso de temporalidad crea además un mercado laboral dual, con unos trabajadores de primera –los fijos– y otros de segunda –los temporales–. Las indemnizaciones por despido improcedente –es decir, por despido libre– de los trabajadores “de primera” españoles son más altas que la media de Europa (45 días por año). Al mismo tiempo, despedir a los trabajadores de segunda es sencillo y muy barato: basta con no prorrogar su contrato y el coste es de 8 días por año. Son dos mercados laborales casi opuestos, que conviven generando consecuencias terribles: mientras los de primera disfrutan de una de las regulaciones laborales con el despido más caro de Europa (pero con sueldos por debajo de la media), a los de segunda se les puede despedir muy barato. Por esta razón, cuando la economía va mal en España, el ajuste se hace siempre por el despido, mandando al paro a los temporales (que suelen ser también los más jóvenes), en vez de reduciendo la jornada o los sueldos. Es algo que no sucede en ninguna otra parte de Europa, y que machaca aún más a esa generación “mejor formada de la historia de España” que hoy se plantea, con razón, largarse para siempre a Alemania. No hay otro país europeo como España con más porcentaje de paro por cada décima que cae el PIB.

De una manera o de otra, la solución para el mercado laboral pasa por acabar con la disparatada temporalidad e ir hacia un modelo donde todos los trabajadores tengan una protección similar. Hay matices importantes en las distintas recetas. No es lo mismo igualar por arriba que por abajo. La patronal –¡qué sorpresa!– prefiere precarizar a todos los trabajadores, sustituyendo el actual contrato indefinido con 45 días de indemnización por año trabajado por otro con sólo 20 días por año (y que 12 de esos días los pague el FOGASA) con un tope de un año de sueldo por despido. Es el modelo que les interesa a las empresas que ya están consolidadas, no a las que están por nacer ni, por supuesto, a los trabajadores. La patronal llama a esto “contrato único” y no lo es, porque también quieren mantener los contratos temporales.

La propuesta de contrato único que hizo el grupo de los 100 –unos economistas, la mayoría académicos independientes y de prestigio– es bastante diferente. Plantea sustituir todos los tipos de contratos, temporales e indefinidos, por un único contrato en el que la indemnización aumente con los años. En la propuesta que daban –cuyos números finales eran orientativos, abiertos al debate– proponían una indemnización máxima de 36 días por año trabajado, que se obtenían a partir del quinto año (12 días el primer año, 15 el segundo, 20 el tercero, 25 el cuarto y 36 a partir del quinto). Están las cifras en esta presentación en Power Point. Según sus cálculos, con esa escala, el coste global del despido en España sería prácticamente el mismo que hay ahora. Pero el reparto se haría de forma más igualitaria al acabar con la dualidad laboral porque ya no habría contratos de primera (45 días de despido) y de segunda (8 días).

Lamentablemente, de entre estas dos propuestas, la que más le gusta al PP es la de la patronal. “No hay ningún país que tenga un único contrato, no vamos a inventar”, aseguró Cristobal Montoro hace unos días en el programa La Noche en 24 horas. Es falso: Austria lo tuvo; Portugal también está en ello.

Cuando Zapatero abordó la última (y fallida) reforma laboral, estuvo valorando la posibilidad de apostar por el contrato único y de ahí pasar al modelo austriaco, donde la indemnización por despido es un dinero que la empresa paga cada mes en una cuenta que se puede mover de un trabajo a otro y se acumula, si el trabajador mantiene el empleo, hasta que se cobra en la jubilación. La propuesta estuvo encima de su mesa con posibilidades de salir adelante casi hasta el último minuto. Se frustró –entre otras cosas– porque el entonces ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, amenazó con dimitir si salía adelante. Zapatero finalmente descartó la idea. Es probable que hoy, cuando dice ser “el responsable del paro”, se esté arrepintiendo de la reforma que hizo.

Fuente: http://www.estrelladigital.es/blogs/ignacio_escolar/paro-Ignacio_Escolar-estrella_digital_7_1060763917.html

¿Los cheetos están hechos con cartón y petróleo?

Ingredientes de los cheetos 
Según el supuesto Ingeniero de Alimentos y el «Investigador Naturista», los cheetos no están hechos con maíz, sino con petróleo, concretamente con carboximetilcelulosa (CMC) y con acetona, que según ellos son sustancias derivadas del petróleo (¿y del cartón? ¿?). Para «demostrarlo» acercan una llama a los cheetos, que comienzan a arder en pocos segundos. Según ellos, otro «peligroso» ingrediente de los cheetos es un colorante: la tartracina.

En primer lugar, en la siguiente imagen podéis apreciar la lista de ingredientes que aparece en el etiquetado de los cheetos que se fabrican en España, en la que no hay ni rastro de petróleo (como ya os decía aquí, el petróleo no se emplea en alimentos porque es tóxico), ni de acetona (esta  también es tóxica, a pesar de que en muy bajas concentraciones es metabolizada por el organismo), ni de carboximetilcelulosa, ni de tartracina, ni de nitratos (conservante que solamente se emplea en productos cárnicos). De hecho, en el etiquetado figura que los Cheetos contienen un 75% de maíz, los colorantes son naturales y no contienen conservantes. ¿Acaso los supuestos científicos están acusando a las empresas que fabrican estos alimentos de mentir en el etiquetado? ¿No saben que existen leyes y organismos encargados de que estas se cumplan?

En segundo lugar, la materia orgánica arde con relativa facilidad. La efectista puesta en escena en la que se muestra que los cheetos arden al acercarles una llama no demuestra en absoluto que estén elaborados con petróleo. Arden con facilidad por su estructura hueca y porque, evidentemente, el maíz arde. Podéis probar (con precaución) a quemar una palomita de maíz, o cualquier otro alimento, como un espagueti o un poco de aceite.
A pesar de que los Cheetos no llevan las sustancias que se dice en el vídeo, muchas de ellas son seguras para la salud. Por ello están recogidas en la legislación alimentaria y se emplean con frecuencia para la elaboración de alimentos.
TARTRACINA

La tartracina (o tartrazina), es un colorante sintético empleado en una gran variedad de alimentos con el fin de proporcionarles un color que va desde el naranja hasta el amarillo, en función de lo diluido que esté. Además se puede mezclar con otros colorantes para que los alimentos adquieran color azul o color verde. Se emplea en muchos lugares del mundo para dar color a alimentos tan diversos como nachos, refrescos, yogures, aperitivos, etc. En España, por ejemplo, es el colorante que mucha gente emplea para cocinar la paella.
                                                   Estructura química de la tartracina.
Este colorante está permitido por la legislación europea, donde aparece con el código E-102. Como todos los aditivos que están recogidos en la legislación alimentaria, superó unos estrictos controles para conocer si era seguro para la salud; concretamente, fue evaluado por el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA) en el año 1966 y por el Comité Científico de la Unión Europea para la Alimentación Humana (SCF) en el año 1975 y en el año 1984. Ambos comités establecieron una ingesta diaria admisible (IDA) de 0-7,5 mg/kg de peso corporal/día, lo que supone que una persona de 70 kg de peso podría ingerir como máximo 525 mg de tartracina durante todos los días de su vida antes de que su organismo manifestara cualquier reacción adversa. Aunque 525 mg (un poco más de medio gramo) puede parecer poco, en realidad no lo es: hay que tener en cuenta que no todos los alimentos contienen este aditivo, y, sobre todo, que en los que sí aparece, lo hace en pequeñas cantidades, dado su poder colorante.

Controversia

Es cierto que existe cierta controversia en torno a este aditivo. Sin ir más lejos, en el vídeo que se muestra en este post, el supuesto Ingeniero de Alimentos dice que este colorante produce alergias, rinitis, migraña, dolor de cabeza (que viene a ser lo mismo), estreñimiento y, por si fuera poco, se pega a las tripas (¿como los chicles?). Aparte de las letanías de estos charlatanes, existen estudios científicos serios que mostraron resultados inquietantes acerca de este colorante. Concretamente, algunos científicos observaron que la tartracina podría provocar cambios en el ADN, algo que podría desembocar en un cáncer (Sasaki et al., 2002), mientras que otros observaron que podría aumentar la hiperactividad en niños pequeños (Tanaka, 2006; McCann et al., 2007). (Nota: en el etiquetado del colorante que se muestra en la imagen se advierte sobre ello, a pesar de que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria considera que es seguro en las dosis indicadas. Sin embargo, según la legislación europea, es obligatorio incluir esta advertencia en los alimentos que contengan tartracina).
Colorante alimentario elaborado a base de tartracina (E-102).  Proaliment, Jesús Navarro S.A., Alicante, España. En el etiquetado se advierte de los posibles efectos negativos, según exige la legislación europea, a pesar de la revisión realizada por la EFSA.
 

A la vista de los resultados de estos estudios, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) decidió reevaluar este colorante, de manera que en el año 2009 publicaron los resultados obtenidos. El Comité de Expertos de la EFSA llegó a la conclusión de que la tartracina no es cancerígena. En cuanto a los estudios relacionados con la hiperactividad infantil, los expertos de la EFSA consideraron que no era necesario modificar la IDA de 7,5 mg/kg de peso corporal/día porque se trata de una dosis segura. Eso sí, la EFSA admite que la tartracina podría provocar reacciones de intolerancia (alergia) en un pequeño porcentaje de la población y podría agravar algunos síntomas en personas alérgicas, como asma, rinitis o urticaria (incluso por debajo de la IDA). Por otra parte, un reciente estudio en el que se administró una cantidad importante de tartracina a personas alérgicas, mostró que dichas personas no presentaron ningún tipo de reacción adversa frente a este colorante (ni cutánea, ni respiratoria ni cardiovascular). 

CARBOXIMETILCELULOSA (CMC)

La carboximetilcelulosa (CMC) es un espesante totalmente inocuo, permitido por la legislación para su uso en alimentos (código europeo E-466). La CMC obtiene a partir de la celulosa que está presente en la pared celular de las células vegetales (nótese que las células vegetales forman parte de todos los vegetales: desde una lechuga hasta una zanahoria). Como espesante que es, la CMC se emplea para espesar, estabilizar y gelificar disoluciones acuosas. Es decir, se utiliza en alimentos más o menos líquidos para que sean más espesos y estables, ya que la CMC tiene la capacidad de retener agua. Como comprenderéis, no tiene ningún sentido utilizar este aditivo en los Cheetos.

 Fuente:http://gominolasdepetroleo.blogspot.com/2011/07/los-cheetos-estan-hechos-con-carton-y.html


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